08/04/2002- Premios Nobel Iberoamericanos

Gabriela Mistral: Poetisa, escritora y defensora de los derechos humanos

Gabriela Mistral, seudónimo de la poetisa chilena Lucila Godoy Alcayaga (1889-1957), fue merecedora del Premio Nobel de Literatura en 1945, el primero concedido a un escritor latinoamericano. Sus textos más conocidos son Desolación (Nueva York, 1922), Ternura (Madrid, 1924), Tala (Buenos Aires, 1938) y Lagar (Santiago de Chile, 1954).

Algunos, como Lecturas para Mujeres, Nubes Blancas, Poema de Chile y Motivos de San Francisco, así como sus artículos periodísticos, han sido menos difundidos y otros inéditos se han publicado hace relativamente poco tiempo. La obra y la significación de Gabriela es poco conocida entre las nuevas generaciones.

Eduardo Segovia/ La obra de Gabriela Mistral refleja su temperamento sincero, rebelde y sensible, presenta dos vertientes predominantes, la humana y la socio-cultural. Creyó en la educación, en la protección de la infancia, en la justicia social para los humildes; luchó contra los prejuicios sociales y a favor de las reformas del régimen carcelario, las condiciones de vida y trabajo de los mineros, las mujeres y los campesinos. Pensaba que la tarea principal de los intelectuales era contribuir a la construcción una sociedad mejor y más justa.

En el aspecto religioso aceptaba el karma budista, el fatalismo del Islam, la esperanza y la fraternidad universal del cristianismo, las tradiciones indoamericanas y la disciplina moral. Se consideraba ciudadana del mundo, sin hacer distinciones de razas, religiones, idiomas, credos, diferencias políticas geográficas o fronteras.
Era tierna, austera, pacifista, antifascista, sencilla, sincera y sobre todo humana. Creía en la juventud y en el futuro de la sociedad que un día les pertenecería, por ello, dedicó su vida a señalar los defectos sociales y a proponer soluciones. Nunca utilizó joyas o adornos porque pensaba que la riqueza verdadera consistía en los valores éticos, espirituales e intelectuales de la persona.

El Nobel, el valor de una vida

El Nobel obtenido por Gabriela Mistral significó un reconocimiento no sólo de su producción poética, sino de la labor literaria y social de la mujer latinoamericana que había dedicado su vida a la difusión de la cultura y a la lucha por la justicia social y los derechos humanos. En una Europa destruida por dos guerras mundiales la obra de Gabriela representaba una reivindicación de valores éticos y sociales, la posibilidad de la expresión del sentimiento doloroso realista o de la ternura como perspectiva desde la que se pueden contemplar los problemas humanos como propios, la aceptación orgullosa de lo autóctono y la voz de la mujer que no consiguieron acallar las normas sociales. Por estos motivos, la importancia de su obra no podía ser entendida desde los sectores antiprogresistas de todos los países, incluido el propio, y fue criticada duramente. Sin embargo, en los mismos países, los hombres y mujeres que compartían sus inquietudes pensaron que de algún modo, el futuro, la necesaria reconstrucción del mundo devastado de mediados de siglo, tenía sus líneas maestras esbozadas en los escritos de Gabriela Mistral.

Hoy la obra de Gabriela nos sorprende por su actualidad, hasta el punto de hacer que nos interroguemos a la vista de este mal llamado progreso de nuestras sociedades modernas: ¿era ésta la meta por la que vivieron, lucharon y escribieron tantos hombres? ¿hemos reconstruido aquella sociedad maltrecha, o hemos restaurado solamente los edificios, las calles y las plazas?. Hoy casi parece ingenua la humanidad que se desprende de las páginas escritas por Gabriela, casi brota la sensación de que su concepción de las cosas obedecía a un mero idealismo, pero no es cierto; releyendo su prosa y su verso crece la sensación de que algunas de aquellas ideas debían haber formado parte de nuestro presente y, sin embargo, ni están hoy, ni sabemos en que lugar del camino las perdimos. Quizá ya no estemos interesados en construir el futuro y la mayor parte de nuestros escritores haya vendido su alma a las ficciones a cambio de conseguir el éxito y el amor de Margarita.

Noticias de una vida

La poetisa chilena nació en Vicuña. Contaba dos años cuando su padre abandonó el hogar. Su hermana Emelina que ejercía como maestra le proporcionó la primera educación antes del ingreso en una escuela pública. Preparó sus exámenes en la Normal n§ 1 de Santiago de forma autodidacta. Alcanzada la graduación, enseñó en varios Liceos hasta su nombramiento como directora de una escuela en Magallanes, comenzando entonces sus trabajos de orden social en la ciudad de Punta Arenas; más tarde fue directora de Liceo en Temuco y en Santiago. Su labor literaria comenzó a reconocerse en 1914 al resultar ganadora en unos Juegos Florales.

En 1922 el Ministro de Educación de México, José Vasconcelos, la invitó a colaborar en la reforma pedagógica que se llevaba a cabo en su país. Al año siguiente el Instituto de las Españas de Nueva York publicó la primera edición de Desolación. Posteriormente viajó a Estados Unidos, Francia y España. El gobierno de Chile la jubiló como profesora y la nombró su representante en el Instituto de Cooperación Internacional de la Liga de Naciones. En 1927 fundó en Francia la colección de Clásicos Iberoamericanos traducidos al francés. A partir de 1930 dio conferencias, trabajó como periodista en varios rotativos y viajó a Estados Unidos, las Antillas y Centroamérica, donde fue profesora en varias Universidades y declarada Ciudadana Ilustre en Puerto Rico. En 1932 obtuvo el nombramiento de cónsul, cargo que desempeñó en Nápoles, Madrid, Lisboa, Los ángeles, Nápoles, Niza y Petrópolis (Brasil). Durante su estancia en esta última ciudad se le otorgó el Premio Nobel el 12 de diciembre 1945, a los 56 años, siendo el primer escritor latinoamericano en recibirlo. En 1951 se le concedió el Premio Nacional de Literatura en Chile. En 1953 fue designada cónsul en Nueva York, representando a su país en la Asamblea de las Naciones Unidas sobre La Condición Jurídica y Social de la Mujer. En 1954 viajó a Chile para asistir a diversos homenajes en su honor y al año siguiente se acordó otorgarle una pensión vitalicia. Durante ese mismo año leyó su Mensaje sobre los Derechos Humanos en la Gran Sala de las Naciones Unidas.

Gabriela falleció en Nueva York en 1957, recibió el homenaje de la Academia sueca y de la prensa mundial. En su testamento legó la Medalla de Oro y el Pergamino de la Academia Nobel al pueblo de Chile y el dinero que pudiera producir la venta de sus obras en América del Sur a los niños pobres de Montegrande. Su labor fue reconocida entre otras por la Universidades de Chile, Guatemala, Florencia y el Mills College de Oakland, California, que la nombraron Doctor Honoris Causa; y recordada en distintos homenajes celebrados en Universidades latinoamericanas y europeas así como en Institutos, Fundaciones y Embajadas.

"Y que, por fin, mi siglo engreído
en su grandeza material,
no me deslumbre hasta el olvido
de que soy barro y soy mortal." (...)
"Piececitos de niño,
dos joyitas sufrientes,
¡cómo pasan sin veros
las gentes!" (...)
"Dame tú el don de la salud,
la fe, el ardor, la intrepidez,
séquito de la juventud;
y la cosecha de la verdad,
la reflexión, la sensatez,
séquito de la ancianidad." (...)
"He enseñado a leer a gente americana,
amasando la verdad en lengua castellana.
Dije mi Garcilaso y mi Santa Teresa,
sacando de Castilla la norma de belleza." (...)

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