44-11.htm

Diálogo Iberoamericano

Núm. 11-12 / spbre.-diciembre 1997. Pág. 44

Dulce María Loynaz. Escritura, espacio de rebeldía y plenitud

Estela Alcántara (Gaceta-Universidad Nacional autónoma de México). / La poetisa y narradora cubana Dulce María Loynaz hizo de la escritura su espacio de rebeldía y plenitud, el locus donde venció al silencio y realizó la plétora amorosa, que no era la del encuentro del hombre y la mujer, sino la de su identidad.
La mujer de la tristeza pequeña, una de las voces poéticas más representativas de las letras hispanoamericanas, galardonada con el Premio Cervantes de Literatura en 1992, realizó una obra donde había un "juego permanente de convención y transgresión, un sujeto lírico que evade el anhelo del dominio masculino, una erótica de la frustración de ese beso nunca dado, de esa mujer de humo, de ese pie de raso que escapa a la mano de acero".
Así recordó a la poetisa cubana la maestra Nara Araujo, profesora titular de la Universidad de La Habana y profesora invitada en la Universidad Autónoma Metropolitana, durante el homenaje póstumo que organizó la Dirección de Literatura de la Universidad Nacional Autónoma de México, la Sociedad Cultural José Martí México, A.C., y la Embajada de la República de Cuba en México.
Contemporánea de Alejo Carpentier, Juan Marinello y Nicolás Guillén, Loynaz nunca abandonó Cuba. Vivió hasta el final de sus días, ciega, en su casa de la Calle 19 en el Vedado, rodeada de sus diez fieles perros. A la casona acudían a visitarla amigos poetas y escritores de diversos sitios del mundo.
La primera vez que fue a verla Nara Araujo, Loynaz le habló de la visita de Federico García Lorca a La Habana y de cómo le disgustó la asiduidad del poeta granadino, "quien entraba como una tromba, quitaba el mantón de Manila que cubría el piano y se sentaba con desenfado a tocar tonadas populares. Demasiado locuaz era García Lorca, muy desenvuelto para el gusto de la contenida Dulce María, pero sobre todo demasiado severo con aquellos primeros versos que ella le mostrara".
Esa tarde, en el salón de actos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, Nara Araujo hizo el retrato de la poeta de la isla, quien al triunfo de la revolución no dejó el país natal, aunque su esposo y otros familiares cercanos la abandonaran y pese a que para algunos era incomprensible que aquella dama de antaño, de familia acomodada, no acompañara a los suyos.
Dulce María Loynaz -refirió la maestra Araujo- comenzó a escribir como Rimbaud, a los 19 años, poemas sueltos en la prensa cubana. En la década de los cincuenta alcanzaba el apogeo. Su obra, singular, fugaz y contrastante, ya se había publicado en Cuba y España.
El retorno de Loynaz a la vida cultural cubana -agregó Araujo- culminó en 1992 con la obtención del Premio Cervantes de Literatura, al convertirse en la única escritora cubana en recibir tal reconocimiento, además de Alejo Carpentier. Antes se le habían entregado en su país natal varias distinciones, entre ellas, el Doctorado Honoris Causa en Letras de la Universidad de La Habana.
La maestra Aralia López, escritora de origen cubano, consideró que la profunda relación de Dulce María Loynaz con Cuba era el fundamento de su subjetividad eminentemente isleña.
Por otra parte -señaló Aralia López-, en la producción poética de Loynaz no se aprecian filiaciones claras. Su libre formación intelectual y literaria la condujo por senderos personales, según su sensibilidad.
No obstante -dijo-, tiene el acento líquido y musical del simbolismo, pero mediado por la sencillez de la expresión y su gusto por la reflexión, con cierto matiz oriental, por la atención e intensidad que recuerda a los místicos españoles.
"Resuena en muchos de sus textos el clásico Cantar de los cantares. La ternura, palabra casi sagrada en Cuba, como lo declaró Lezama Lima, impregna de compasión apasionada su obra, para descender a los mundos oscuros donde hay más soledad y necesidad".
Para el maestro Gonzalo Celorio, coordinador de Difusión Cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México, Loynaz se ubica dentro de la poesía posmodernista, donde podemos encontrar afinidades importantes con otras escritoras y poetas latinoamericanas, entre ellas Gabriela Mistral, de quien fue amiga cercana y anfitriona.
"Tuve el enorme privilegio de conocer a Dulce María Loynaz -recordó Celorio- en su vieja casa del Vedado, rodeada de muebles aristocráticos, de cuadros espléndidos, de candiles y de un perro espantoso y latosísimo que se orinaba a los pies de la gran poeta de manera absolutamente impune.
"Al lado de su recibidor estaba un salón, que fungía como el espacio de la Academia Cubana de la Lengua, de la cual ella era titular, entre dos esculturas de los reyes católicos y un piano de cola. La vi ciega, diminuta, fina y comprometida con una sola cosa: la poesía."
Dulce María Loynaz murió el 27 de abril en su casa del Vedado, víctima de un cáncer. Su obra, aunque no fue extensa, tuvo gran repercusión literaria tanto en Cuba como en Hispanoamérica. Su trabajo se inició con el poemario "Versos" (1938), continuó con "Juegos de agua" (1946), "Poemas sin nombre" y "Carta de amor a Tut-Ank-Amen" (1953).
En 1958 publicó "últimos días de una casa" y "Un verano en Tenerife". Dio a la luz, en 1985, "Poemas escogidos" y, en 1991, "Bestiarium" y "La novia de Lázaro".


Universidad y empresa abordan en Perú la reconstrucción virtual de la cultura material

M.C. Mestanza (PUCP). / La Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), IBM y la Fundación Augusto N. Wiese lideran el Proyecto "El Brujo", que tiene por objetivo la reconstrucción virtual (por computadora) del único cielo raso decorado con iconografía moche, hallado en el techo de una plataforma en la Huaca Cao Viejo del Complejo Arqueológico "El Brujo", situado en Ascope (Trujillo, al Norte del Perú).
Desafortunadamente, se le encontró dividido en más de tres mil piezas, que tienen el tamaño de un puño. Para armar el inmenso "rompecabeza", debido a la fragilidad de los pedazos, se desarrollaron programas de cómputo que permiten a los arqueólogos realizar búsquedas y manipular las piezas rápidamente. Estos instrumentos han permitido a los investigadores reconstruir con éxito varias figuras de iconos de la Cultura Moche, entre los que destacan un venado, un rostro con corona, un personaje con porra, la figura de una iguana, un felino y unos "caballos" de totora.
La herramienta informática fue desarrollada por la PUCP con apoyo del PhD. Alan Kalvin del IBM T.J. Watson Research Center, la Fundación Augusto N. Wiese que brindó todas las facilidades para el trabajo de los estudiantes en el Complejo Arqueológico "El Brujo", aportó la experiencia del arqueólogo Régulo Franco, miembro del Proyecto Arqueológico Complejo El Brujo, y asignó para trabajar en la PUCP al restaurador Víctor Fernández, quien fuera responsable del levantamiento de las piezas en la huaca hasta 1995, y brindó valiosa información sobre las características de las piezas.
La PUCP, a través de un trabajo interdisciplinar, en el que intervino la Dirección de Informática, la Sección de Arqueología y la Sección de Ingeniería Informática realizaron un trabajo conjunto bajo la coordinación del Prof. Luis Jaime Castillo, coordinador de la Sección de Arqueología.
El proyecto se expuso en la Conferencia "Visualization'96", realizada en San Francisco, Estados Unidos de N.A., como el case study: "Using Visualization in the Archaeological Excavations of a pre-Inca Temple in Peru" y en la Conferencia "Computer Applications in Archaeology", que tuvo lugar en la Universidad de Birmingham, Inglaterra.


retorno
pagina Retorno página anterior