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*Cultura y libros. Libros de supermercado: Carta sobre fantasmas a un amigo peruano

Querido Ernesto:

Apelo a tu perspicacia y comienzo proponiéndote un acertijo:
"¿Qué es aquello que se mueve sin ser visto, se extiende como una mancha de aceite sobre la superficie del agua y está en todas partes sin ser nada?".
Son seres muy activos y, la verdad, no consigo acostumbrarme a su presencia. Aunque invisibles, tienen colores, pelajes y tendencias de una sola dimensión. Se encarnan con nombres y apellidos. Rara vez se especializan, pero cuando lo hacen, ¡cuidado!, son los verdaderamente peligrosos.
Te daré alguna pista más sobre los que yo, debido a mis intereses y aficiones -la lectura- he observado con más detenimiento pues te aclaro que los entes a que me refiero no respetan ningún ámbito. Si se materializan en el mundo de los libros, es difícil encontrarlos en una auténtica librería.
Pululan por comercios a los que mucha gente confunde con librerías, esos supermercados de objetos fabricados por acumulación de estrechas láminas de celulosa sobre las cuales se han ido dibujando procesiones con bichitos de tinta. Y no te digo nada de la felicidad que para ellos suponen las grandes superficies -que no el mar- y los hipermercados. Se mueren de gusto cuando el libro en el que se han materializado, comparte en el carrito las bandejas de carne picada, la ropa interior, los licores y los muebles de plástico. En estos lugares no conocen la inhibición y hacen todo lo posible por confundir al supuesto librero. Yo escuché un día, horrorizada, -mientras aguardaba mi turno en la caja- preguntar a un cliente que había comprado un voluminoso libro:
-¿Se lo lleva puesto o se lo envuelvo?
Y en un arrebato de amabilidad mercantil, el dependiente añadió:
-Ya sabe que si le viene grande, tenemos en la trastienda unas máquinas que le cortan al libro los centímetros que usted quiera, incluso si es muy grueso, se lo podemos dejar por la mitad.
Pero no te asustes Ernesto, porque buscando y rebuscando, todavía uno puede encontrar lugares libres de estos entes molestos. Y te digo buscando y rebuscando porque les repelen los libreros que conocen los libros que tienen en sus estanterías. Huyen también de los rincones, de los lugares ocultos y olvidados. Prefieren colocarse en primera fila, se materializan en las pilas de libros más cercanos, en los que ocupan las estanterías de novedades, los escaparates ... La verdad es que son bastante aparatosos, nada recatados.
Por suerte -consuélate-, existen libros con una personalidad lo bastante fuerte como para dejarse atrapar. Son libros que lo pasan mal. Yo rescaté en cierta ocasión a uno de ellos del canasto de los saldos. Puede que fuera una ilusión, pero cuando olí sus páginas, sentí su tacto, noté la tinta atemporal de las hojas, su alma de libro (ya te escribí en una ocasión acerca de mi tesis sobre el alma particular de cada libro), me transmitió un sentimiento de súplica: "Llévame contigo. Aléjame de este lugar". Así lo hice y jamás me he arrepentido. Nuestra amistad es tan fuerte que se consolida en esos reencuentros que supone la relectura.
Comprendo que otros libros no han tenido la misma suerte. Me los imagino sometidos a feroces interrogatorio por parte de los "entes" a que me refiero:
-¡A ver!: ¿quien es tu autor?, ¿es conocido? ¿Y tu estructura? ¿Tienes nudo, desenlace y final?
Yo les adivino a los inquisidores, una gabardina de cuello alzado, unas gafas negras, un sombrero y una metralleta en su mano izquierda. Me pareció observar, en una ocasión, un hilillo rojo resbalando por el prólogo abierto de un infeliz que yacía en el suelo. Una voz a mis espaldas tronó: "Tenía menos de cien páginas". Y le corearon: "¿porqué se empeña la gente en escribir cosas que no se venden?".
Pero Ernesto, no te eches las manos a la cabeza, porque sé de buena tinta que, aunque pocas, hay personas que se dedican a la labor de rescate y salvación de estos "incunables". Se que han desarrollado un olfato especial -es cuestión de entrenamiento- y captan enseguida, apenas pasando la mano por el lomo del libro, si está poseído o no por uno de los desagradables personajes. Si es así, si el libro está poseído, lo castiga con algo que los llena de rabia e impotencia: con el más olímpico de los desprecios. Lo bueno es que estos rescatadores no actúan solos, se participan unos a otros sus descubrimientos.
Es por eso, que te pongo sobreaviso y te digo: ¡Ojo con las clasificaciones de los libros! Pues los espíritus que te digo, intentan confundir a los lectores con sus etiquetadoras (la mayoría de ellos en lugar de mano tienen un artefacto de estos). Disfrutan enredando y etiquetando sin ton ni son. Como duendes malvados y traviesos, al grito de: ¡clasifícate o muere!, van dejando su marca:
¡Click!: "Para niños de dos años y seis meses hasta niños de cinco años y un día". ¡Click¡: "Para jóvenes de catorce años y tres meses hasta jóvenes de dieciséis años menos una semana". ¡Click!: "Para ancianos jubilados". ¡Click¡: "Para mujeres filatélicas y halterofílicas. ¡Click!. "Para emigrantes con corbata". ¡Click!: Para...
Poseen también un arsenal falsificado de etiquetas con premios, certámenes, menciones honoríficas ... incluso con el nombre de entidades y organismos oficiales que ellos mismos se inventan para despistar al lector de los que son verdaderos:
¡Click!: Premio "Alcanfor de invierno". ¡Click!: Premio "Angula de mar". ¡Click!: Premio "Bellota del Mediterráneo" ...
Pero en su incultura e ignorancia, desconocen la capacidad innata de elección del libro por parte del auténtico lector. No saben que se guía por detalles que ellos juzgarían aislados e insignificantes: determinada ilustración, el título de un capítulo, el nombre de algún personaje, una frase leída al azar...
A estos lectores no se la cuelan. Su intuición les ha llevado a la conclusión de que las etiquetas están equivocadas.

Bueno,, Ernesto, no quisiera extenderme más. ¿Has adivinado ya a que tipo de personajes o entes, o como quieras llamarlos, me refiero en mi carta? Estoy segura de que así es. Yo sé que para ti, un libro es algo muy valioso y que en tu país, creo, todavía no se han extendido demasiado estos espíritus. Estás a tiempo ¡No permitáis que os invadan!

Un abrazo:
Ayes Tortosa (1996)


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