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Nuestro más preciado tesoro
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Mirella Báez García. ISP "J.E.
Varona". Cuba. / Con el arribo del española a
América, muchos temieron que el decursar del tiempo
fragmentara la lengua en dialectos locales o en lenguas
derivadas, como ocurrió con el latín en los
territorios conquistados. Hoy, a más de cinco siglos, la
lengua española no sólo forma parte del patrimonio
cultural común iberoamericano, sino, además, es un
elemento cohesionador de nuestra cultura.
Si bien es cierto que en América existían ya
numerosas lenguas indígenas a la llegada de los
españoles, el castellano, lexicalmente más rico y
con una sintaxis mucho mejor estructurada, poseedor,
además, de escritura alfabética, indudablemente
contaba con más posibilidades expresivas para convertirse
en lengua oficial de las naciones conquistadas.
Pero si el español se impuso en la América
hispana, recibió a la vez una marcada influencia de las
lenguas aborígenes, que lejos de adulterar su esencia
comunicativa, contribuyeron a enriquecerla.
Los primeros contactos de los conquistadores peninsulares
fueron con los indios antillanos, por tal razón, los
vocablos que circularon inicialmente en la Península
procedían de arauco insular, hablado por los primitivos
pobladores de las Antillas, la Florida y varias regiones de
Venezuela, Colombia y Brasil. Por se un idioma muy suave,
sencillo y vocalizado, sus palabras se incorporaron sin
dificultades al léxico español.
Más tarde, con el avance de la conquista a tierras
continentales, fueron insertándose otras del nauhatl,
hablado por los aztecas; del quechua, extendido por el imperio
inca; del aimará, empleado en la región andina, y
del guaraní, procedente de la cuenca del Paraná-
Paraguay. Muchas de estas voces no sólo se incorporaron
a la lengua general, sino que han pasado a otros idiomas, como
chocolate y huracán; otras, se mantienen como indigenismos
nacionales.
Hoy, a más de cinco siglos, la lengua
española no sólo forma parte del patrimonio
cultural común iberoamericano, sino, además,
es un elemento cohesionador de nuestra cultura.
El arauco legó al español vocablos como canoa,
huracán, sábana, cacique, maíz, caribe,
caníbal y otras muchas. Del nahuatl nos han llegado hule,
tomate, chocolate, cacahuete, cacao, aguacate, jícara,
petaca, petate, etc. Como la pronunciación de las palabras
aztecas era muy difícil para los conquistadores
españoles, gran parte de ellas fueron adaptadas a la
fonética castellana; así,
"sentsontlatole" evolucionó en sinsonte, el
valle de "Huajiacac" llegó a ser Guajaca u
Oajaca y "jicatli" se transformó en
jícara. Por su parte, el quechua aportó voces como
cóndor, alpaca, pampa, chacra, cancha y papa.
De igual forma que en la evolución histórica
del español se incorporaron préstamos
lingísticos -anglicismos, galicismos, arabismos, etc.-,
con su establecimiento en América, además de las
indígenas, otras lenguas ejercieron también en
él su influencia. Sirvan de ejemplo la presencia de voces
de origen africano en los países donde se implantó
la esclavitud y los anglicismos procedentes de
Norteamérica, por la proximidad geográfica y la
esfera de acción de los Estados Unidos en la vida
económica y social de los países del
continente.
Otros rasgos caracterizan el léxico hispanoamericano.
Uno de ellos es la conservación de voces consideradas
arcaísmos en la Península. Por ejemplo, en las
provincias occidentales de Cuba se llama aún
"saya" a la falda femenina. Otra peculiaridad la
constituyen las preferencia léxicas con respecto a
España o entre los propios países americanos.
Así encontramos en ciertas zonas "gaveta" frente
al "cajón" español,
"escaparate" por "armario" o
"apartamento" por "piso".
Un copiosos campo de investigación encuentran los
lingistas en la rica fraseología popular y en
innumerables vocablos de uso regional, presentes en el habla de
los distintos países.
La articulación y entonación adquieren
también colores locales en América. Junto al seseo,
la pronunciación más relajada de la "j",
la omisión o aspiración de la "s" en
algunos países, se suma la peculiar articulación
de la "y" en la zona de Río de la Plata, por
citar algunos ejemplos.
Sin embargo, estos rasgos regionales, lejos de constituir
un obstáculo para la comunicación, matizan el habla
y resaltan las tonalidades más genuinas de las culturas
nacionales en su unidad y diversidad.
La evolución de la sintaxis, empero, es más
lenta en las lenguas. Por eso, los cambios sintácticos
apenas se perciben, comparados con la evolución de la
rapidez léxica. No obstante, nuestro sistema
lingístico ofrece al hablante variadas posibilidades
combinatorias de sus elementos, y en este sentido, la sintaxis
española es mucho más flexible que la de otras
lenguas.
En América no se observan nuevos giros
sintácticos que difieran notoriamente del español
general. Sí existen preferencias por ciertas
construcciones o combinaciones permitidas por el sistema:
ausencia o presencia del pronombre personal sujeto,
colocación de adjetivos con respecto al sustantivo, empleo
más o menos frecuente de ciertos tiempos verbales, uso de
preposiciones y conjunciones, por mencionar sólo
algunas.
Al igual que en España, en América
están también presentes los valores expresivos
resultantes de combinaciones sintácticas especiales que
tienden a intensificar semánticamente a la palabra, a
añadir un nuevo matiz significativo y hasta a cambiar su
significado, como en "un hombre grande" y "un gran
hombre", o en "un 'soberano' disparate". Estos
matices tan interesantes, emitidos casi siempre por las
gramáticas tradicionales y estudiados por la
gramática moderna, resaltan, sin duda, las inmensas
posibilidades expresivas que se materializan en el habla.
Es por ello que para apreciar en toda su complejidad y
dimensión la riqueza de una lengua, se hace imprescindible
estudiar integralmente sus tres planes: lexical-semántico,
fonético y gramatical, estrechamente relacionados entre
sí como un todo armónico e indisoluble.
¡Cuántos y cuán novedosos matices no surgen
al cambiar los elementos léxicos de acuerdo con ciertas
posibilidades sintácticas, y expresadas con una
entonación especial!
Pero la lengua, además de medio de
comunicación de ideas y emociones, es también
fuente incalculable de valores estéticos. Y así,
junto a las excelentes obras de la literatura española,
la hispanoamericana se define con perfil propio en su no menos
brillante narrativa, en la poesía y en los géneros
ensayísticos y periodísticos. Las letras
hispánicas y la literatura universal se han nutrido con
infinidad de obras que ya forman parte del acervo cultural de la
humanidad, para orgullo nuestro. ¡Cuánta riqueza
léxica, cuántas posibilidades expresivas, cuanta
belleza literaria no es capaz de generar nuestra lengua
española! Ella marcha junto a la historia, las costumbres
y tradiciones de esta gran fraternidad cultural iberoamericana.
Preservemos, pues, y cultivemos nuestro más preciado
tesoro.
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