La imagen popular del científico
|
MCH. Madrid. / La imagen popular del científico
está más influida por su representación
literaria que por un conocimiento directo de quién y
cómo es, de qué es lo que hace. Los retratos
ficticios de los doctores Fausto, Frankenstein, Moreaul Jekyll,
Caligari o Strangelove han eclipsado el escaso conocimiento
biográfico que se pueda tener de las vidas de Isaac
Newton, Marie Curie o Albert Einstein. Esta idea sustenta la
indagación de Roslynn D. Haynesl que cubre los
últimos siete siglos de la literatura occidental.
Según ella, el estudio de la evolución de la imagen
del científico en la literatura es el estudio de
cómo ha evolucionado la percepción social de la
ciencia a lo largo del tiempo.
Chaucer, en uno de sus Cuentos de Canterbury, viene a
retratar a los alquimistas en términos moderadamente
críticos, en un tono no exento de humor.
Sir Francis Bacon, fundador de la idea moderna del
científico y fecundo autor literario, rompe la imagen
faustiana al proponer que la ciencia natural, lejos de ser
instrumento del diablo, es el medio del que dispone el hombre
para superar sus limitaciones después de la caída.
Algunos estereotipos
El variado inventario de los sabios de ficción que
han ido apareciendo a lo largo de siglos es reducible a un
número limitado de estereotipos, que han dado lugar a
verdaderos mitos, y que, según Haynes, serían los
siguientes:
* El alquimista, con sus oscuros (ocultos) fines
intelectuales y su obsesivo intento de transmutar lo
elemento, antigua figura que hoy reaparece en escena
disfrazada de ingeniero genético que -en la creencia
popular- trata de transmutar las especies vivas.
* El sabio en las nubes -el profesor distraído- que,
ensimismado en su ciencia, entre cómico y siniestro,
acaba siendo un fracasado moral por omisión.
* El sabio sin sentimientos, que inmola vínculos y
afectos al servicio de la ciencia y que es, a un tiempo,
abocinado por su falta de humanidad y admirado por su
sacrificio.
* El aventurero heroico, una especie de superhombre que
rompe moldes preexistentes y explora nuevos territorios
materiales, sociales o intelectuales. Su más
reciente reencarnación está en el viajero del
espacio, cuyo poder carismático y peligroso encabeza
el neocolonialismo espacial.
* El científico desvalido, que ha perdido el control
de sus descubrimientos, monstruos que han adquirido vida
propia, más allá de sus planes. En los
tiempos modernos es el científico cuyos
descubrimientos están en la raíz de los
problemas ecológicos.
* El científico idealista, propugnado de una
utopía sostenida por la ciencia y enemigo valeroso
del sistema basado en la tecnología y carente de
espacio para los valores humanos individuales.
Partiendo de estos hechos cabe hacer algunas reflexiones,
la más obvia e inmediata de las cuales consiste en
señalar que sólo la última
encarnación, la del científico idealista,
representa una imagen favorable de un ser humano plenamente
aceptable para la comunidad, la de alguien que a quien no nos
importaría tener de vecino.
El juicio global que resulta del conjunto de retratos
literarios es en esencia negativo. La paciente búsqueda
del conocimiento puro, como respuesta a un instinto primario y
como fin en sí mismo, aparece siempre eclipsada por
defectos patológicos de la personalidad que van desde el
ensimismamiento desmedido hasta el egocentrismo trufado de ansias
de poder y de dominio.
Hoy, el escenario ha sido acaparado por el deshumanizado
personaje del Dr. Strangelove, de fama cinematográfica
pero literariamente hijo del británico Peter George. El
extraño doctor, híbrido de Otto Hahn, Edward Teller
y Henry Kissinger, manco exnazi, mueve los hilos de la guerra
fría desde una silla de ruedas motorizada y se nos aparece
como una representación del sabio loco y del
"científico de Estado".
La imagen actual del científico es más bien
un retrato robot que se nutre no sólo de las obras de
ficción escrita, sino que incorpora aportaciones del cine,
la televisión y la prensa. En televisión, el
testimonio científico auténtico queda eclipsado
por el curanderismo y la más burda superchería,
cosa que no ocurre en la prensa. Los medios informativos
escritos, tienden a presentar a los científicos y los
avances individuales en sentido positivo y suele reservas la
crítica y las expresiones de temor para los tratamientos
más genéricos y abstractos.
La doctora Haynes muestra poseer una excepcional
visión de conjunto de dos mundos complejos, como lo son
los de la Ciencia y la Literatura, y nos ofrece una
síntesis instructiva, amena y acertada, aunque se pueda
discrepar de aspectos concretos.
-Francisco García Olmedo, Las caras del Dr. Extrañoamor, en Saber Leer, Madrid, abril 1996. Ng 94. Nota sobre el libro de Roslynn D. Haynes, Representations of the Scientist in Western Literature. Johns Hopkins University Press, Baltimore, 1994. 417 páginas. ISBN: 0-8018-4801-6.