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* DE LA UAM A LA PATAGONIA TRAS LA PISTA DEL OZONO.

Investigadores de la Universidad Autónoma de Madrid demuestran que el agujero antártico afecta a poblaciones de Chile y Argentina. Los trabajos se hacen en colaboración con la Universidad de la Plata (Argentina), la Universidad Politécnica Federico Santamaría, de Valparaíso (Chile) y el Centro de Investigaciones Opticas de la Plata (Argentina).
Ramón Zúñiga. Madrid. España / Un equipo formado por cinco científicos del departamento de Física Aplicada de la Facultad de Ciencias de la UAM estudia, desde 1993, la evolución de la capa de ozono sobre el hemisferio sur. Para ello instaló una primera red de medidores terrestres que cubrían desde el paralelo 23 sur, sobre el trópico de Capricornio, hasta el 54 sur, en la Tierra de Fuego, la punta más meridional del continente americano. Los resultados, publicados en el mes de febrero en la revista "Investigación y Ciencia", son tan contundentes como alarmantes: el agujero de ozono que se forma cada año sobre la Antártida se extiende ya por el sur de Argentina y Chile. Y afecta extensas zonas donde se concentran importantes núcleos de población humana.
El progresivo deterioro de la capa de ozono es uno de los problemas ambientales más graves con que se enfrenta el planeta y principal foco de atención de la comunidad científica. Esta capa que rodea la Tierra como un manto protector está localizada en la estratosfera, entre los 12 y 40 kilómetros de altitud. Su principal propiedad es la de filtrar la mayor parte de la radiación ultravioleta que llega hasta la superficie terrestre. A reducidas dosis, esta radiación es beneficiosa. Pero recibida con intensidad provoca en las personas eritemas en la piel y conjuntivitis; y ocasiona un deterioro global del sistema de defensas que daña a los humanos y afecta al crecimiento de las plantas y del fitoplacton marino, lo que repercute negativamente en las riquezas vegetal y oceánica.
Las primeras evidencias sobre el progresivo deterioro de este filtro natural se remontan a 1982, cuando se publicaron los valores sobre la columna de ozono obtenidos en la Antártida por un equipo japonés. Los niveles tomados desde 1964 indicaban que a partir de los años setenta ésta presentaba un debilitamiento evidente. Más tarde se descubrió que la causa se encontraba en los (CFC), unos compuestos utilizados de forma masiva en la industria. Expuestos a la radiación ultravioleta, los CFCs desprenden iones de cloro que destruyen las moléculas de ozono.
Desde entonces se han multiplicado los registros de ozono con la ayuda de globos sonda, estaciones de tierra y satélites artificiales. "No obstante, la mayoría se han realizado en la Antártida, donde cada primavera se abre un enorme agujero, y no en otras latitudes habitadas donde los efectos del deterioro de la capa podrían resultar dañinos para la población", aclara Francisco Jaque Rechea, de 53 años, catedrático de Física Aplicada.
Gracias a un acuerdo establecido entre la UAM, la Universidad de la Plata (Argentina) y la Universidad Politécnica Federico Santamaría, de Valparaíso (Chile), se decidió instalar una red de medidores terrestres para que evaluaran la evolución del agujero y el grosor de la capa. La primera campaña de medición se realizó durante los años 1993 y 1994.
"Hemos instalado un sistema que actualmente está formado por 25 medidores estratosféricos que han sido diseñados y fabricados por el propio departamento de Física y con la colaboración del Centro de Investigaciones Opticas de la Plata (Argentina)", explica Jaque, director del programa por la parte española. El proyecto cuenta con ayudas de la Unión Europea y del Instituto de Cooperación Iberoamericana, que aportan la práctica totalidad de, aproximadamente, los cinco millones de pesetas que tiene presupuestado. "Una cantidad muy pequeña pero suficiente", para el científico. La red sigue creciendo de norte sur y ya cubre desde el paralelo 63, en la Antártida, hasta el 18, en el desierto chileno de Arica.
"Gracias a nuestros propios datos hemos demostrado que el agujero de ozono ha penetrado de forma importante en el sur de Argentina y Chile y afecta a ciudades con poblaciones tan importantes como Bariloche, Punta Arenas -la ciudad más Austral del continente-, Río Grande e incluso Buenos Aires y Santiago de Chile. Lógicamente, las autoridades de esos dos países están muy preocupadas con el problema porque lo están sufriendo en su propia carne", subraya el investigador. "Por eso", prosigue, "dedican mucho dinero a la investigación y a la instalación de un sistema propio de medidores que les permita no depender de los
datos de satélites de estadounidenses".
Según Jaque, los datos obtenidos, en 1995, no coinciden con los que aportan estos satélites, "ya que dan valores de ozono más altos que los nuestros". Esta diferencia en los valores de lectura quizá se deba, en su opinión, a que los intereses económicos y políticos son muy importantes. "Se ha creado todo un negocio en torno el ozono que abarca a los CFCS, a su sustitución por otros gases inicuos e incluso a la magnitud del mismo agujero", dice.
Los CFCs encuentran numerosas aplicaciones en la industria que los hace difícil de sustituir. En la microelectrónica se utilizan para limpiar los "chips" de silíceo. En la farmacéutica, se emplea cloro y flúor para que los medicamentos se disuelvan fácilmente en el agua. Y también se usan en los desinfectantes, en la industria del frío y en la fabricación de plásticos y aislantes, por poner sólo unos ejemplos. "Como se ve, los CFCs son básicos en tres áreas económicas que significan desarrollo y poder", denuncia Jaque. No en vano, el 95% de ellos se fabrican en EEUU, Europa y Japón.
Los efectos de la disminución de la capa de ozono ya se notan en el hemisferio sur: "La destrucción del plancton marino, que sin duda repercutirá en una disminución considerable en la pesca. Las plantas no crecen porque la radiación ultravioleta mata sus defensas. En las playas te quemas enseguida, te duele la cabeza si te expones al sol y la incidencia de cáncer de piel se ha incrementado en el área y en países como Australia y Nueva Zelanda".
De todas formas, advierte Jaque, son fenómenos que hay que estudiar con precaución: "Recuerdo que hubo noticias de que en Chile se habían quedado ciegas las cabras por esta causa. Más tarde hablé con los veterinarios en Punta Arenas y parece ser que se debió al pienso, que estaba en mal estado".
La solución para frenar la destrucción del ozono pasa por dejar de producir CFCs y de controlar el pujante comercio ilegal que se está creando en el mundo. De cualquier modo, piensa Jaque, "el hombre se acabará acomodando a esta nueva situación. Se puede proteger con cremas o sombrillas y exponiéndose menos horas a los rayos del sol".
Recientemente, el departamento de Física Aplicada acaba de firmar un convenio con la Universidad de Moscú para extender la red de detectores hasta el Polo Norte. Y un segundo acuerdo con la Escuela Politécnica de París para que utilicen los datos obtenidos durante las diferentes campañas de medición en simulaciones informáticas que ayuden a comprender y resolver el fenómeno.

Un largo viaje hasta el Polo Sur

Cada primavera se abre un enorme agujero en la capa de ozono que cubre la Antártida. El fenómeno, que se prolonga durante varios meses, ha sido desde que se describió por primera vez un misterio para los científicos. Ahora comienza a comprenderse.
Cuando los CFCs son dispersados en la atmósfera emprenden un largo viaje al Polo Sur donde se concentran en grandes cantidades. Al mismo tiempo, en el invierno austral se forma sobre la Antártida un vórtice polar de aire, a modo de remolino, que acumula esas moléculas de CFCs durante los seis largos meses que dura la noche austral. Cuando llega la primavera, y con ella se hace la luz, la radiación ultravioleta hace que las moléculas de CFCs desprendan cloro que destruye el ozono. Esta depresión se notó por vez primera en 1972 "y desde entonces ha aumentado de forma brutal", en palabras de Francisco Jaque. En diciembre el vórtice desaparece de nuevo permitiendo que entre aire rico en ozono que recupera el agujero. Pero hay una pérdida global de la capa que se calcula en un 6% cada 10 años.


Fuente: CANTOBLANDO. Universidad Autónoma de Madrid.


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